Artículo originalmente publicado en https://www.revistaotraparte.com/discusion/minima-memetica-de-los-monumentos-a-la-critica-al-meme-como-dispositivo-critico/
“Nadie le ha levantado un monumento a ningún crítico”. Esta frase ha sido usada por distintos artistas. Recientemente, Charli XCX vistió un croptop con la sentencia estampada debido a los comentarios negativos por su sencillo “Baby”, y hace un siglo, fue adjudicada al compositor Jean Sibelius. Sin embargo, tanto la cantante pop como el héroe finlandés de la música se equivocan. Uno de los más acérrimos críticos de Sibelius, Theodor Adorno, tiene un monumento inaugurado en 2003 en una plaza de Fráncfort que lleva su nombre.
La frase atribuida a Sibelius encuentra un segundo giro, aún más anecdótico: en su parque memorial en Finlandia se han erigido dos monumentos. El primero, un cúmulo de 600 pipas de órgano que por su disposición producen un espacio circular semicerrado, es obra de Eila Hiltunen. Sin embargo, el proyecto recibió fuertes críticas dentro del comité organizador del parque, por lo que se le pidió a la escultora que realizara, además, un busto del compositor. Este segundo monumento fue impulsado por la crítica interna, asumiendo que las masas desearían la figuración.
Mi padre, la figura de autoridad más importante en mi infancia, citaba aquella frase sin saber que se le adjudicaba a Sibelius. Curiosamente, fue él quien me contó la historia después de un viaje turístico a Finlandia. Lo que no queda del todo explícito es el estatuto del parque como un tercer monumento. En este caso, a la naturaleza de la región del norte que Sibelius homenajeaba en sus obras, y que molestaba a Adorno por el uso de armonías tonales convencionales (como representación de la naturaleza) que se oponían a la dialéctica histórica guiada por las necesidades expresivas y los medios técnicos avanzados.
Un último giro en esta historia se produce a partir del recuerdo de la anécdota: encontré una fotografía de mi padre retratándose junto al busto de Sibelius y no al lado de la escultura metafórica abstracta, aunque ambas aparecen en la foto. No fue sorprendente comprobar junto a cuál de los dos monumentos había decidido aparecer.
Fotografía: Irene Ortega.
Monumento a la crítica. Un monumento es un objeto de gran valor para una institución, relata y legitima la narración provista por el Estado. El monumento lo hace con los sitios específicos sobre los que se erigen los arcos de las ciudades, el archivo lo hace hacia el interior de los edificios: los documentos; como sentencia Paul Ricoeur, sin esos emplazamientos, ni el monumento ni la institución serían legítimos.
El monumento a Theodor Adorno realizado por Vadim Zakharov se localiza en la plaza de Fráncfurt que lleva el nombre del crítico y consiste en la recreación de un estudio: una lámpara y un metrónomo sobre un escritorio acompañado por su silla; debajo de ellos, una porción cuadrada de duela de madera. Todos estos objetos están rodeados por un cubo de vidrio. En el piso de la plaza que rodea la vidriera hay una composición de mármol y granito negro que recuerda a un laberinto. El conjunto emplazado podría considerarse una instalación de sitio específico, pero la protección vítrea lo hace más cercano a un diorama de un museo de historia natural que intenta recrear una escena. Sin duda se trata, al menos formalmente, de la condición del monumento que compartía con la escultura en el campo expandido, una condición de exclusiones: no-paisaje, no-arquitectura.
Adorno no es el único crítico al que se le ha erigido un monumento, aunque habría que precisar que a partir de su labor se inauguró una estética. Tampoco es el único miembro de la Escuela de Fráncfort con uno: Dani Karavanhe realizó un monumento a Walter Benjamin, un pasaje de metal desde un acantilado en el cementerio de Portbou hacia un lago, lugar en el que el escritor pasó sus últimas horas antes de quitarse la vida, desesperado por huir del nazismo que lo había conducido a una existencia errante.
En un giro político-estético, ambos monumentos tomaron elementos formales de la instalación de sitio específico. Los gobiernos progresistas y democráticos —al menos discursivamente— los emplazaron, ya no como una forma de legitimar la historia, sino para subsanar públicamente las heridas traumáticas de los gobiernos anteriores.
Mike Watson @21c_aesthetics.
El meme como dispositivo epistemológico. Semejante al monumento, al documento del archivo y a la fotografía, un meme surge como un corte de flujo. Es una unidad de información cultural difundida por imitación, por repetición y sobrecodificación.
Los monumentos y los archivos son dispositivos epistemológicos y morales. Un meme, sin embargo, surge como iconoclasta, o en términos latourianos, como iconoclash: imágenes ambiguas en las que no se sabe si se está atentando o salvando un objeto cultual ante un desastre. Esta ambigüedad procede no sólo de su naturaleza visual, del flujo de alteraciones (el copypasta trollero, el deepfake), sino también del flujo en el que se insertan: espacios digitales que estimulan la alteración, acervos de imágenes pobres.
La episteme memética sólo puede convivir con medios alternativos, realidades frágiles, copias, fallos, errores, repeticiones, redundancias, especulaciones. Si hay un potencial político, habría que descubrirlo en sus formas intrínsecas, en las redes que lo atraviesan, en sus usos y modificaciones en el tiempo, en la indignación de la que está hecho y en aquella que produce.
Si un monumento es un emplazamiento positivo (para el Estado) y un archivo delimita lo decible como verdadero, entonces un meme, cuya intención parece ser siempre negativa hacia alguien, un adversario otro, funge como emplazamiento crítico que opera en espacios virtuales, desdice y altera los límites de lo decible. En “Real Fictions: Alternatives to Alternative Facts”, un texto reciente, Hal Foster desentraña el papel de la crítica y sus posibilidades de acción frente a lo Real, comprendiendo que se trata de algo que o bien puede encontrarse enterrado y debe recopilarse, o bien se encuentra en la superficie brillante de las cosas a tal punto que debe ensombrecerse, atendiendo a la hermenéutica de la sospecha. Foster, concentrado en imágenes dentro del arte, señala que esta operación requiere de montaje de imagen y texto emplazados de una forma u otra en el espacio público, como los fotomontajes de John Hartfield y los textos de Jenny Holzer en pantallas publicitarias sobre rascacielos. Pero ¿qué hay del meme?
Si el meme es comprendido como una unidad de información cultural difundida por imitación, por su repetición y su sobrecodificación, entonces en términos formales satura y juega con el estilo, definido como las situaciones sincrónicas compuestas de eventos relacionados. Así, a través de secuencias formales y variaciones absurdas, el meme desdice o malinterpreta la lógica, a veces como un juego del lenguaje, a veces como burla al plano cartesiano. Un meme es más cercano al caos, a la repetición fragmentaria; por ejemplo, Mark Tutters señala que el meme deepfake produce modificaciones en la cultura del meme, en el pasado (el archivo, la memoria) y manda mensajes confusos al futuro. Mientras que el meme void satura todos los canales de información, ¿es posible vislumbrar un análisis del (im)potencial crítico del meme?
Mike Watson @21c_aesthetics.
El meme, además de pertenecer a una masa semántica, puede pensarse como constelación, no como unidad básica de información, sino como una continuidad que desenmascara su superficie y la desubjetiviza. En la máxima de Adorno: superar el concepto a través del concepto. Un meme, como unidad repetida, puede comprenderse como la constante negación de sus memes predecesores, interpretarse irónicamente, o bien puede retomar la idea del montaje benjaminiano: constelaciones para reunir fragmentos, nodos que rigen la interpretación, signan hasta agotarse. Imaginemos un meme barroco, melancólico, saturniano.
Un monumento cristaliza el tiempo y el espacio, representa positivamente una batalla y pretende erigirse para laurear los valores abstractos de un prócer nacional (algunos monumentos son colocados en los espacios que alguna vez fueron de los vencidos, por ejemplo, el monumento a Domingo F. Sarmiento en Buenos Aires está localizado en lo que fuera la estancia de Juan Manuel de Rosas, su eterno enemigo). En tanto, si sospechamos que la realidad no se debe interpretar a simple vista, y que incluso debemos desentrañarla, un meme usa enunciados cortos, descarta la gran cantidad de información y los valores que de entrada le fueron asignados. Con esperanza, el meme, cuando fragmentario y críptico por su aforismo lacónico, abre la puerta a ideas más complejas.
Mike Watson @21c_aesthetics.
En su construcción comunitaria, los memes borran las fronteras de la autoría única y se atienen a formas vernáculas en las que cada versión se modifica de acuerdo con una audiencia más amplia. Una comunidad puede ser creada a través de la identificación con una herida.
A pesar del cinismo y el shitposting de los memes, esta desvinculación puede ser bastante política, ya que transforma nuestras relaciones sociales entre humanos, usuarios y autores de imágenes, y entre las imágenes mismas. La crítica de la alta cultura y la baja cultura a través de las unidades de información.
Fracaso. Ya Susan Sontag señalaba que la fotografía ha fungido como evidencia policiaca desde la Comuna de París. Si bien la materialidad, procedencia e índice de la imagen se han modificado diametralmente en la digitalización, durante la presidencia de Donald Trump el envío de ciertos memes fue utilizado por agentes de migración para prohibir el paso a turistas latinoamericanos. El problema se vuelve más complejo, pues los algoritmos que realizan un trabajo de rastreo para censurar o delimitar los nichos de mercado de un usuario no son engañados por el uso irónico de ciertas imágenes. Redes sociales, como es el caso de Instagram, han bajado cuentas de memes debido al uso crítico de ilustraciones o fotografías sin el consentimiento de sus autores originales.
Daddy issues. Los memes, libertarios o progresistas, trollean a las instituciones estatales, y ese potencial político puede dar cierta serenidad en la redistribución de la ira hacia El Gran Otro. Un meme puede no ser revolucionario, puede no despertar una especie de conciencia, incluso puede anestesiarnos, funcionar como paliativo semioclasta. El meme, a pesar de ello, es un indicador de la ira y hace enojar al otro, al vigilante. Podríamos considerar al troll como la figura no deseada por el meme iracundo: re-subjetiviza, niega la realidad reduciéndola (lo contrario a las posibilidades de una constelación de fragmentos), engancha en pensamientos repetitivos, produce culpa. La esperanza sólo se encuentra en ese enojo frente a la institución, con una actitud adolescente que, con suerte, conducirá al desarraigo, a la crítica a través del fragmento filosófico y a la distribución de la violencia.
Este texto fue escrito para el seminario “The Memeing of Mark Fisher” de Mike Watson. Esta versión en español ha incorporado algunos comentarios y memes que Watson elaboró a partir del texto.